2025
Recién volvía en el auto, con mis hermanos, y pensaba, en este contexto de primer día del año. Una pelotudez atómica -o quizá la cosa con mayor importancia, quién sabe- que termina desenbocando, sin quererlo o adrede, a mi primer escrito del año. Tanto por escribir y al final termino vomitando esta verborragia que genera más preguntas en medio de la arcada de palabras, pero nunca, nunca las respuestas.
Un poco pensaba en ese paso del tiempo que a todos nos pega, de distinta manera, pero… por igual.
Cómo la vida te va hundiendo, o simplemente te deja ser y vos te hundís o salís a flote. Conversaciones que mechan historias de gente que estuvo o está en nuestras vidas: sus destinos, sus rumbos inciertos o en algunos casos más oportunos. La socialización, la educación que recibieron, la suerte que les tocó en vida. Y en el medio nosotros, andando por la carretera.
Incluso encontrando oro en medio de la banalidad: hablar por hablar, el chisme, y así, hallar el sentido de las personas, de la vida: sus ambivalencias, sus deseos. Todos somos personajes de este delirio de ficción que es la vida. Un poco es lo que Borges dijo: el artista usa como arcilla cada cosa que le sucede, aun las desgracias.
Entonces, me preguntaba: ¿qué es lo que queda? ¿la nada misma? ¿De qué vive la gente? ¿De mentiras? ¿Se preguntan el sentido de las cosas? ¿Logran hallarlo?
Lorca describe en su discurso “Medio Pan y Un Libro” la importancia del alimento material (el pan) y del espiritual (el libro, pero digamos, en este caso, para el arte y la vida en general). Me aferro al arte, a los resquicios que hay entre cada elemento y su relación con la realidad, en las partes más ocultas o las más obvias. Es el alimento espiritual que necesitamos, aunque nuestra carcasa, este cuerpo que nos fue asignado, sea algo totalmente de paso, cualificado con la inevitable mortalidad.
Para mí la vida es un drama y es difícil explicarlo: para cada momento, hay una canción en mi cabeza, un poema, una pregunta sin resolver, un capítulo de una novela. Cada uno es el protagonista de su vida. Nada es tan aburrido y banal como parece.
En el medio de todo esto, no deja de parecerme que la vida tiene olor a mierda, a un baño público todo meado. O quizás por momentos no. O sí. Y ahí entra en juego lo de la arcilla que ya mencioné arriba.
La realidad tiene un gusto difícil de digerir por momentos. Y no sé si estoy feliz al escribir y pensar esto, si estoy teniendo un descubrimiento (o cuestionamiento) vital o si es mejor guardárselo todo.
Si de verdad esta necesidad lorcaniana de ver al arte como un alimento fundamental para la vida y la existencia tiene un sentido. Si de verdad es preferible no vivir como un burgués (no hablo en términos económicos, sino como lo describían los surrealistas: el que ve lo que ve, y nada más, y vive bajo las mismas convenciones de siempre), o si hay que intentar ver algo más allá. Siempre algo más. No es escapar del mundo, no es evadir la realidad, sino penetrarla (otra idea bien surrealista).
No sé qué me deparará el 2025. Hasta el 2023 inclusive mi vida -o mi mente- fue un tren que no paró de acelerar hasta chocar. 2024 fue apenas, en resumen, un año para recuperar. Los tiempos de la vida no son los mismos que los tiempos de uno. Más en una realidad donde todo es cada vez más caótico y precoz. En este “tiempo de uno”, intentando aprehender las cosas con paciencia, se me escapa el tiempo como granos de arena entre los dedos. No sé quién soy, hacia dónde voy, si merezco cariño (¿qué es el cariño?), qué es lo que debo hacer. Tantos proyectos, hormonas, ganas, deseos, amor, optimismo, pero a la vez acompañados de sus antónimos. Lleno de todo, y a la vez de nada.
Espero que tengan un buen año, también.