Hasta siempre, Abuela
Como se me señala que le doy mucha importancia a las efemérides (aunque, en un punto, dejo de retener información porque soy más humano que máquina), se me hizo imposible no arrancar esta despedida con algo del estilo.
Rosario y Roque tuvieron cuatro hijos. Una de ellos murió de bebé allá. Todos nacieron en Forenza, municipio de la provincia de Potenza, en Italia. Angelina fue (es) la menor de los cuatro hijos. Sin saberlo, nació en una fecha clave para la historia argentina (podés estar de acuerdo o no con lo que significó, eso es otro debate): 17 de octubre de 1945. De algún modo, una italiana que parecía nada tener que ver con un país en el culo del mundo -alejado de todos los problemas políticos internacionales-, sin saberlo su familia aún, terminarían todos radicados acá. Y es un poco la razón por la que existo, por la que escribo esto, y por la que lo estás leyendo.
Una fecha crucial para la historia argentina y una bebé italiana que no tiene nada que ver.
Largo hemos hablado, Angelina y yo, de lo que significa el número diecisiete para los italianos (elijo prestar atención en la numerología también, así sea inútil, perdón): me permito obviar lo que decía mi abuela al respecto. Es un número fuerte para los tanos: en números romanos se escribe “XVII”, lo cual es un anagrama de “VIXI”, que quiere decir “viví”, por lo tanto, “soy historia”.
Mi bisabuelo Roque se vio obligado a pelear en los períodos de guerra y entreguerra de Italia: tiempos del fascismo, Segunda Guerra Mundial, el conflicto ítalo-etíope, etcétera. Se fue un largo tiempo a otra batalla -no sé en cuántas participó- y, cuando volvió, su mujer, Rosario, había tenido un hijo (no recuerdo cuál de todos, vamos a dejarlo así).
Como ven en la foto que cité acá arriba, Forenza es empinado, una montaña, una colina. Contaba mi abuela que, mientras iba subiendo, la chusma italiana le contaba que “su mujer la había engañado con otro” porque, “de la nada”, había tenido otro hijo. Hubo una fuerte discusión, pero al final él le terminó creyendo. Esta historia, y tantas otras que me contaron mis abuelos, siguen encajando perfectamente a esto que dijo Borges en alguna de sus conferencias sobre Xul Solar:
“Tengo la suerte de contar con muchos amigos admirables, y de ellos se cuentan múltiples anécdotas. Algunas de esas anécdotas -lamento decirlo, estoy orgulloso de decirlo- las he inventado yo. Pero no son falsas; son esencialmente verdaderas. De Quincey decía que todas las anécdotas son apócrifas [no es auténtico, o no es de la obra de la persona a la que se lo atribuye]. Yo creo que si se hubiera entretenido en profundizar más en el asunto habría dicho que son históricamente apócrifas, pero esencialmente verdaderas. Si se cuenta una historia sobre un hombre, entonces esa historia se parece a él; esa historia es su símbolo”.
Angelina cumple cuatro años. Roque decide emigrar a Argentina en busca de un futuro más prometedor que el de una Italia abatida por la postguerra y el contexto político. De algún modo, él fue un italiano más, como el que protagonizó “Ladri di Biciclette”: el neorrealismo en el cine se encargó de mostrar una sociedad rota en mil pedazos.
Roque consigue trabajo como empleado de limpieza en La Casa Rosada (sí, andá a saber cómo: voy a morir sin saberlo). Era un personaje peculiar. Desde el primer peronismo trabajó ahí durante décadas: de Perón en adelante conoció a todos. Pero siempre redujo su ideología a una frase: “I politici sono tutti uguali: tutti vogliono il formaggio” (“Los políticos son todos iguales: todos quieren el queso”), quizá producto de los tiempos devastadores que le tocó vivir.
Le manda una carta a Rosario: “Si no venís en tantos meses, yo me consigo una mujer y arranco una vida de cero”. Rosario se sube a un barco con los tres pibes y les roban todo el oro, que llevaba escondido en el colchón. A arrancar de cero, sin un mango y con la angustia a mil por hora.
Para rematar los episodios traumáticos de su vida, Roque, que laburaba literalmente en La Rosada, presencia el Bombardeo de Plaza de Mayo en 1955. Perplejo y perdido en medio de los estruendos, arranca a caminar tantos kilómetros que termina, sin darse cuenta, en Primera Junta, Caballito. Mientras, según me decían, todos preocupados en el conurbano por las noticias.
Tanto Roque y Rosario, sus padres, como sus hermanos, Antonio y María, fueron cruciales para la vida de mi abuela, Angelina. Rosario murió de una enfermedad a los cuarenta y tantos, el 7 de agosto de 1959, el día de San Cayetano (Patrono del Pan y del Trabajo), del cual siempre fue creyente y devota.
Intentando lograr entender la psicología de mi abuela, se me viene, por ejemplo, un episodio a la cabeza. Un día del verano 2023 hizo mucho calor y hubo cortes de luz. Cuando entré a su casa, mis abuelos tenían una toalla húmeda en la cabeza.
—¿Por qué están así? —dije.
—Porque así me enseñó mi mamá —contestó mi abuela.
El lema de mi abuela siempre fue italianamente tradicionalista: la familia, lo primero. No importa mucho lo que yo tenga para decir al respecto hoy, más que intentar mostrar con fidelidad lo que fue su pensamiento y vida.
En el barrio de Villa Madero conoce a Oscar y a su familia. Se casan, alquilan en distintas partes del conurbano hasta terminar radicados en Tapiales. Tienen dos hijos y, en total, siete nietos. “Mis siete maravillas del mundo”, decía siempre.
Estos días me puse a reflexionar y llegué a una conclusión tan profunda que nunca antes había llegado: aparte de que mi abuela materna fue la segunda mujer que más me crió (eso ya lo sabía), también fue el primer contacto que tuve en mi vida con el arte.
Todas las tardes, mientras mis papás trabajaban, Angelina me cuidaba y mirábamos las mismas películas en VHS: Pinocho, Pantriste, Peter Pan, Manuelita. Con ella también conocí el fenómeno de repetición: quemar y quemar una obra de arte en tu cabeza hasta el hartazgo (años más tarde Nirvana y compañía me enseñarían también lo que es eso). Un poco por manija, otro poco porque no sé si teníamos muchos más VHS (¿eran caros? ¿no alcanzaba para comprar muchos más? no sé).
En definitiva, Pinocho es un mensaje para seguir el camino del bien, para tener una consciencia, para ir siempre con la verdad y no meterte donde no te conviene (el alcohol, la ludopatía, viciarte con los juegos de billar, no estudiar), o… vas a terminar convertido en “un burro”.
Peter Pan es un niño que no quiere crecer y prefiere vivir en su mundo de fantasías. Más llegado a la adolescencia, este lugar lo ocupó en mi vida Kurt Cobain, el club de los 27 y tantos otros artistas con finales trágicos: el “no-crecer” se volvió directamente la muerte y que todos se queden con esa imagen joven de tu persona. La moraleja perdió cierto color -ya no hay hadas y niños que vuelan- y entendí que todos estamos destinados a morir: algunos antes, otros después.
Lo mismo con Pantriste, Manuelita y toda la obra de García Ferré: antes de haber leído “El Escritor Argentino y La Tradición” de Borges, yo ya había entendido de niño, muy precariamente, un concepto importantísimo en mi vida, en nuestras vidas: la argentinidad. Si otros países lo hacen tan bien, ¿por qué nosotros no? ¿Qué define a lo argentino y qué no? ¿Somos “nuevos” a comparación del resto del mundo? ¿Somos producto de una mezcla de culturas?
Es increíble. Porque antes que Cobain, Borges, Bolaño, Piglia… estuvo mi abuela, con sus VHS, aprendiendo a la par mía sobre concepciones hermosas que nos da el arte para ver la vida: y el arte imita a la vida, o viceversa, quién sabe.
Estuvo ahí fumándose la misma película todos los días mientras cuidaba que yo no me caiga al piso, que no me lastime, que coma todo el almuerzo, que haga la tarea, que juegue con los hermanos y con los primos sin ser muy brutos, que no nos falte nada.
Esto, ineludiblemente, me da a entender otra frase que no puedo negar porque la viví en carne propia: detrás de todo, hay una mujer. Detrás de cada hombre exitoso, de cada estudiante que se desloma estudiando, de cada nieto que es cuidado mientras sus padres trabajan, de cada laburante que no le alcanzan las horas para vivir la vida, de cada plato de comida, de cada sábana por lavar…, detrás de todo hay una mujer. Y sí, me gustaría que las cosas fueran más pares y justas: no lo son, no lo han sido. Intento replicar la realidad en estas palabras.
Si hay un Joaquín, es gracias a una Angelina (y varias personas más). Porque somos resultado de los tiempos políticos, mundiales, nacionales, de la economía, de los platos que cenamos y de los lugares que frecuentamos.
Elijo subir esta foto y no otras, porque fue una de las primeras que encontré. De muy mala calidad, muy mal sacada, pero muy sincera, dio como resultado una imagen que quiero que guardes por el resto de la eternidad: la silueta de nosotros dos (o con toda tu familia), en un lugar de calma y paz mental. Un sitio donde resalta el fondo, el escenario: un lago tranquilo, con pocas olas, en el ocaso de una jornada familiar, bailando unas tarantelas con tus hermanos, unas gaviotas cantando y volando a la par, los árboles sacudiéndose con la brisa fresca pegándonos en la cara, tu marido pescando, como siempre amó hacer, con algún asado y con tus nietos pasando el día.
“Tutto passa”, como dicen en tu país natal. Al final la noche sucede al día y todos nos vamos yendo, vamos partiendo hacia la vida eterna o hacia la nada misma. “Si le tocó a San Martín, a Belgrano, a Sarmiento, también me va a tocar a mí”, decías. Tutto passa y, al fin y al cabo, lo que busca uno es la calma, es la sombra de un árbol, el abrazo de una madre, el consejo de un amigo. Tutto passa, y todos vamos a caer en el olvido, como decía Bolaño: “dentro de cuatro millones de años, va a ser igual el escritor mediocre y Shakespeare porque ambos habrán caído en el olvido”.
Tutto passa, y, sin embargo, mientras tanto, elijo congelar esta imagen por un ratito y desearte este destino para tu alma. Un lugar de paz donde si bien está el atardecer, nunca te llegue la noche y el sol te ilumine la cara siempre. Algo así como lo que canta Ben E. King en “Stand By Me”, te pido que, por favor, siempre una parte tuya permanezca junto a mí:
Cuando la noche ha llegado
y la tierra es oscura
y la Luna es la única luz que veremos
no, no tendré miedo
oh, no tendré miedo
solo el tiempo que aguantes, quédate junto a mí