“Partenza”
“Dios me libre y me guarde”, le decía y hacía la señal de la cruz (persignación). Él no escuchaba muy bien, así que por eso me volví tan gesticulador y expresivo con las señas. La persignación se volvió una broma, una ironía que entendíamos entre él y yo, y a lo sumo con mi abuela también. Entraba a la casa y me persignaba, para no responder verbalmente. Él preguntaba por alguien cercano y yo me persignaba. “¡No…!”, decía él, “ni lo menciones; antes me muero yo…”. En sus últimos momentos, ya estando mal, entendiendo esta costumbre irónica compartida entre los dos, me miró y me dijo: “tenías razón vos…”, e hizo la señal de la cruz. Estaba insinuando que tenía los días contados. Uno, sin saber si eso sucedería o no, lo consolaba igual. Pero, aun en esos instantes, mantenía cierto humor, o aire de “relatar historias”, exageradas o no, como siempre lo hizo.
Él tenía humor sobre las venas. Ya desde chico mis primeros recuerdos son con él, mis hermanos y los primos yendo a caminar por Tapiales. Entonces señalaba el boliche abandonado frente a la Estación y nos decía: “Esa casa está embrujada… sí, ¡de veras! Ahí adentro hay lobos, brujas, fantasmas…”, y la historia seguía, pero variaba según el día que la cuente, cosa que, si lo observabas bien, siempre lo caracterizó: exageraba, tergiversaba, manipulaba los relatos a su elección. El otro día leía un libro de Borges hablando sobre Xul Solar y una cita me recordó a este aspecto de mi abuelo (más abajo, contaré otra más):
“Tengo la suerte de contar con muchos amigos admirables, y de ellos se cuentan múltiples anécdotas. Algunas de esas anécdotas -lamento decirlo, estoy orgulloso de decirlo- las he inventado yo. Pero no son falsas; son esencialmente verdaderas. De Quincey decía que todas las anécdotas son apócrifas [no es auténtico, o no es de la obra de la persona a la que se lo atribuye]. Yo creo que si se hubiera entretenido en profundizar más en el asunto habría dicho que son históricamente apócrifas, pero esencialmente verdaderas. Si se cuenta una historia sobre un hombre, entonces esa historia se parece a él; esa historia es su símbolo”.
Volviendo a la faceta humorística de mi abuelo: inventaba cosas materiales, juegos con sus propias reglas para jugar con sus nietos (¡la mescolanza!: todos a girar y chocarse el uno con el otro), o la exageración de los relatos de cuando conoció a mi abuela y ese tono tan caricaturesco.
Es como una serie con muchas temporadas, porque tuve la suerte de vivirlas. O una saga con muchos libros. En la última entrega, ya el protagonista en cuestión se vio eclipsado por sus temas de salud, y me refiero a sus últimos dos años de vida.
La señal de la cruz entró como juego y se quedó como un entendimiento irónico entre ambos. Un ingenio que fui creando y acrecentando con el tiempo: la gesticulación, las señas, como dije al inicio. Evitar hablar cuando sea necesario para mejorar el entendimiento. Así, un buen día le señalé un cuadro que él tenía colgado en la pared: un viejo barbudo fumando una pipa, listo para salir a cazar con su escopeta y su perro, con una casa en el campo. “Así quiero estar yo… Eso es vida. Ese vive bien. No le importa nada, no tiene preocupaciones…”. Se murió y googleé la pintura: justo se llamaba “Partenza” (“Partida”), de Giovanni Battista Quadrone. Sí, dirán que encuentro coincidencias estúpidas y sin sentido. Pero justo el título de la obra hace referencia al irse, casi como la muerte, pero con otro fin: el hombre va en busca de su felicidad, una muy rutinaria, si se puede imaginar así.
En definitiva, un cuadro genérico que, según me contaron, surgió (resurgió) de la basura, de lo inservible, de ferias de segunda mano o cual sea su real origen… Quizá ni siquiera sea tan bueno (debatible, sí). Siendo todo esto que nombro, hoy toma otro significado más importante para mí. Casi como hacer arte reciclado: tomar cosas ya inútiles, obsoletas y crear algo que tenga sentido, peso, cuestionamientos, sentimiento, significado. La pintura rememorando un momento particular de mi vida (el momento donde le señalo el cuadro), que a su vez trata de una “partida” (como la “partida” de mi abuelo), que asimismo llegó por un motivo sinsentido en su casa (“un cuadrito, y ya”, sin buscarle otra causa), que encima nos retrotrae a un italiano pintándolo en 1893, por las razones artísticas que fuere.
Ya lo dijo Aristóteles hace milenios: “El arte imita a la vida”, y Oscar Wilde se lo retrucó hace más de un siglo: “Aunque pueda parecer una paradoja –y las paradojas son siempre cosas peligrosas–, no por ello es menos cierto que la vida imita al arte mucho más de lo que el arte imita a la vida.”. En este recuerdo (ustedes tendrán los suyos) con tanta significatividad, se juega esa ambivalencia entre lo que Aristóteles y Wilde proponen.
“Swedenborg dice que los muertos al principio no creen que están muertos, que siguen proyectando su mundo habitual y que les cuesta mucho a los ángeles o a los demonios convencerlos de que han muerto porque ellos siguen llevando su vida habitual”.
Esa era la otra cita que quería dejarles del libro de Borges. De algún modo, yo, estando vivo, “sigo proyectando ese mundo habitual” a tu lado, es el cliché de “vivís en mis recuerdos” y, de algún modo, te inmortalizo siendo literatura, te dilato el recuerdo (hasta que caigas en el olvido) con estas palabras y todas las que te voy a dedicar. Ese ineludible olvido al que todo y todos estamos condenados, desde el mismísimo Sócrates hasta William Shakespeare y sus tragedias.
Pero más allá de lo que me pueda suceder ahora en vida, leyendo esa frase, desde luego, pensé en vos, en tu estado actual, en el no-estado, en el ya-no-estar. Como cuando se murió un personaje muy famoso, multimillonario y vos dijiste: “¿Para qué quería tanta plata? ¡Si ni quince pesos se pudo llevar!”. E inventaste un diálogo:
DIFUNTO. — ¡Por favor! ¡Dejame llevarme quince pesos, por lo menos!
DIOS. — ¡No…! ¡Adentro!
DIFUNTO. — ¡Quince pesos!
DIOS. — ¡Vamos…!
Y concluías: “Es así… cuando te toca, te toca… Y para qué quería tanta plata si no se pudo llevar nada…”.
No puedo descubrir si esa frase que cita Borges será verdad, si los ángeles y los demonios están queriendo convencerte que ya no vas a ver más a tu compañera, a tus hijos, a tus nietos. En vida, nunca voy a obtener esa respuesta, nunca sabré dónde estás. Y tengo más preguntas que respuestas. Entonces, ese inicio de la duda (a falta de certezas), es el momento en el que te pienso y te convierto en literatura.